El concepto de la deuda ecológica no es un objetivo en sí mismo. Es un instrumento que nos permite medir (más o menos) en términos monetarios o en otros términos (emisiones de dióxido de carbono, hectáreas, etc.), qué y dónde tenemos que cambiar los patrones globales de consumo y producción. Es una herramienta para hacer campaña en el norte y en el sur, pero también para la política.