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Número 8 Junio 2001

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No volverás del fondo de las rocas
No volverás del tiempo subterráneo
No volverá tu voz endurecida
No volverán tus ojos taladrados
Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta

Pablo Neruda

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"Peace at last", Boniface Chege

 


Promover una cultura de paz

"La única lucha que se pierde es la que se abandona"
Gustavo Marin*

La construcción de la paz es un proceso complejo que debe considerar todos los aspectos de la realidad social: económicos, sociales, políticos, culturales, religiosos, artísticos. Pero para la construcción de la paz es fundamental el ejercicio de la justicia, que conlleva juzgar a aquellos que cometieron crímenes contra la humanidad.

Consolidar la construcción de la paz, exige no sólo lograrla allí donde está ausente o en peligro, especialmente en las regiones en guerra, sino consolidarla allí donde, quienes han atentado contra la humanidad, están siendo juzgados o en vísperas de serlo.

En febrero pasado estuve en Chile. Era época de verano y en los kioscos había una revista que mostraba en su portada una playa. Lo primero que pensé fue que esa revista había consagrado un número de verano para hacer una presentación turística sobre el estado de las playas chilenas. Apenas la tuve en mis manos me di cuenta que no se trataba de un análisis de la calidad del agua o de la limpieza de la arena, sino del recuento de las playas donde cayeron los cuerpos de los desaparecidos arrojados desde los aviones por los que desataron el golpe militar de septiembre de 1973.

En enero del 2001, 28 años después del golpe militar, el mando del ejército publicó un informe reconociendo no sólo que había habido desaparecidos, sino indicando además los lugares donde habían sido arrojados desde los aviones.

Para muchos chilenos, que también van a las playas en verano, este informe del ejército no sólo venía a confirmar una crueldad ampliamente conocida, sino que también provocaba una situación incómoda, para no decir insoportablemente dolorosa: a nadie le agrada bañarse en una playa donde fueron arrojados los cuerpos de quienes se opusieron a los golpistas del 73.

Al mismo tiempo en los periódicos y en la televisión aparecía la foto de la actuaría del juzgado llegando a la residencia de Pinochet para informarle sobre su arresto, decidido por el juez Guzmán.

El gobierno, los partidos de la coalición gobernante y los jerarcas de la iglesia católica afirmaban que el reconocimiento por parte de los militares de la existencia de desaparecidos, indicando las playas en las que algunos de ellos habían sido arrojados desde los aviones, cerraba este episodio cruel de la historia de Chile y que había que dar vuelta la página, perdonar, reconciliarse y mirar el futuro con optimismo.

Pero la búsqueda de la reconciliación no debe ocultar ni postergar la indispensable aplicación de la justicia contra aquellos que atentaron contra la humanidad torturando, exiliando, matando, haciendo desaparecer, arrojando al mar prisioneros desde aviones.

Por esta razón, las familias de los desaparecidos, las organizaciones de defensa de los derechos humanos, los abogados defensores de los desaparecidos y yo diría que la mayoría de los chilenos, piensan que justamente si los jefes militares reconocían haber matado, lo menos que se podía hacer era juzgarlos. En esta perspectiva, el proceso para juzgar a Pinochet es un paso fundamental para lograr que la justicia pueda algún día ejercerse en Chile.

El «caso Pinochet» es una cuestión que concierne a los ciudadanos del mundo entero. Incluso los de países y regiones lejanos a Chile siguen atentos a lo que pasa con Pinochet y todos, tanto chilenos como ciudadanos del mundo, se admiran y se refuerzan constatando que la justicia sigue su camino para lograr juzgar a Pinochet.

Este sentimiento de «hacer justicia» y juzgar a aquellos que han cometido crímenes contra la humanidad, cualquiera que sea su nacionalidad, ha pasado a ser un «sentimiento común de la humanidad», tanto de los que han sufrido crímenes contra la humanidad, como de los que son solidarios con quienes los han sufrido, constituyendo uno de los rasgos más prometedores de la construcción de la paz en este alba del siglo 21.

En Chile, en Argentina, así como en varios países de Africa, las comisiones de reconciliación han jugado un rol importante para develar la verdad de las violaciones de los derechos humanos durante los golpes de Estado, las guerras o los procesos de apartheid. Los procesos contra Pinochet y Milosevic, entre otros, ilustran, sin embargo la convicción de que esta reconciliación necesita que la justicia siga su camino y que aquellos que cometieron crímenes contra la humanidad sean juzgados.

Los crímenes contra la humanidad no tienen nacionalidad.

Una de las convicciones claves de esta época, compartida por millones de ciudadanos, es que los crímenes contra la humanidad no tienen nacionalidad. Un torturado, un desaparecido, un asesinado, sea hombre o mujer, joven o viejo, cualquiera que sea su país de origen, es un ser humano contra quien se ha cometido un crimen y quienes atentaron contra su vida deben ser juzgados.

Otra convicción es que la sola reconciliación es insuficiente, puesto que si se limita a una amnistía o a la publicación de un voluminoso informe donde se reconocen los crímenes, pero sin el indispensable juicio a todos aquellos, que en cualquiera nivel de responsabilidad los cometieron, dicha reconciliación tendrá los pies de barro, no será fecunda y tarde o temprano las tensiones surgirán nuevamente.

Las nuevas generaciones, aquellas que no vivieron ni sufrieron los crímenes contra la humanidad, lejos de olvidar, siguen conscientes de la necesidad, no sólo de esclarecer dichos crímenes, sino sobretodo de juzgar a los culpables.

La consigna de las Madres de la Plaza de Mayo: «la única lucha que se pierde es aquella que se abandona», permanece vigente en las mentes y en los corazones de miles y millones de argentinos, chilenos, ciudadanos del mundo. La bienaventuranza cristiana que dice: «bienaventurados aquellos que tienen hambre y sed de justicia», ha devenido una verdadera consigna moral y política.

En ese mismo mes de febrero de 2001, en un pueblo del Norte de Chile, el grupo musical de Los Jaivas reunía en su gira anual miles de chilenos y chilenas. Todos cantamos aquel poema de Pablo Neruda:

Sube a nacer conmigo hermano
Dame la mano desde la profunda zona
de tu dolor diseminado
Traed a la copa de esta nueva vida
vuestros viejos dolores enterrados
Sube a nacer conmigo hermano...

 


* Gustavo Marín es chileno y francés, responsable del programa Futuro del planeta en la FPH, París. Estuvo tres años en prisión en Chile después del golpe militar de Pinochet, fue torturado, a punto de ser arrojado vendado desde un avión y expulsado a Francia en 1976. Actualmente apoya varios talleres temáticos, grupos geoculturales y redes socio-profesionales de la Alianza, incluyendo aquellos que trabajan por la construcción de la paz.

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